lunes, 10 de septiembre de 2007

El Tampón Asesino

Dedicado a J.J.C.A

a.k.a Chuso



Nada más apagar el motor salió el inspector del coche sin atender a la llovizna que marcaba el parabrisas cadenciosamente ni las figuras oscuras que se intuían saliendo de portales lejanos dirigidas en sueños hacia trabajos aun más lejanos, a kilómetros de distancia, a miles de paradas y de intercambios entre trenes y autobuses y tranvías y demás medios. Todo era azul oscuro pues no estaba amaneciendo y quizás, según las previsiones, hoy apenas amanecería detrás de las densas nubes que cubrirían el cielo mientras el inspector durmiese después de la guardia; si dormía. Puede que no lo hiciese.

Subió la cuesta que le separaba del portal, no más de quince metros, con paso lento, los pies casi arrastrados sobre el adoquinado, sin esquivar las grietas, los socavones ni los escuálidos charcos embarrados. Sin evitar nada se dirigió en una linea recta, el corpachón oscilante y las manos en los bolsillos, un portafolios bajo la axila derecha, sobrepasando la puerta y su cierre, las escaleras sucias ausentes de ascensor y la propia puerta de su piso estrecho y sin luz hasta que prendió únicamente la del salón, ninguna luz más necesitó para llegar a la sala pues se sabía desenvolver sin problemas en tinieblas.

Prendió un cigarrillo a medio consumir y se echó un sorbo de café frío que encontró sobre la mesa lacada auxiliar del sillón, luego la habitación repleta, muebles blandos de plástico todos colocados, como en un zigurat, en dirección a la televisión empotrada en una amplia librería repleta de fotografías y volúmenes enciclopédicos, revistas y libros esparcidos, torcidos unos sobre otros. La ceniza del cigarrillo caía sobre el pecho y el portafolios más el inspector no parecía darse cuenta, los ojos se le habían quedado anclados a la oscuridad del pasillo, la barbilla un poco ladeada y las bolsas en los ojos le hacían parecer más viejo y cansado, más perdido que un enfermo y la ceniza seguía precipitándose contra el portafolios marrón y la camisa blanca sudada en las axilas.

Cuando reaccionó el cigarrillo ya se había consumido y sin quitarse la ceniza de encima depositó incompetentemente con la mano derecha la colilla en un cenicero metálico mientras la izquierda se afanaba en abrir el cierre dorado del cartera de la que consiguió sacar, solo al ayudarse con la mano derecha, un hatillo de folios del que se desprendían fotografías y pequeñas notas hechas en post-it amarillos y naranjas. Los papeles salían del portafolios arrugados pero en un abrir y cerrar de ojos el tipo los golpeaba según eran extraídos para que se amoldasen al paquete sobre sus manos.

Aunque ojeaba continuamente cada una de las páginas y subrayaba casi continuamente en rojo palabras y párrafos enteros la cara del policía se mostraba distraída y a cualquiera se le hubiera ocurrido que era un trabajo que ya había hecho miles de veces y que podía pensar en cualquier otra cosa mientras lo hacía, mientras resaltaba y seguía adelante, quizás tomando notas mentales de lo importante. Y así era ciertamente pues el policía leía “Muerte por deflagración de artefacto explosivo de baja potencia, casero, en el conducto vaginal...estudio preliminar...la deflagración no produjo la muerte – subrayado – sino la perdida de sangre por haber quedado dañada la zona inguinal y el sistema de riego sanguíneo del aparato reproductor...afectado también el colon y la uretra...servicios sanitarios acudieron y se le practicaron primeros auxilios...” y a la vez en su cabeza resonaba debería haberme casado pero no encontré con quién; Salgado habla demasiado y hoy se ha pasado con lo de que soy un solterón vicioso, yo quería tener hijos y una mujer pero ninguna me gustó lo suficiente y luego va y me pregunta que cómo me gustan a mí las mujeres...ha sido vergonzoso cuando no he podido responder y Salgado y el bravucón de Miguel no han parado de reír delante de todo el mundo ¡Cuanto me hubiera gustado haberles respondido! Si sólo hubiera sabido qué decir. Y el bolígrafo rojo seguía marcando hojas y párrafos igual que si hubiera sido un extraño pájaro con un pico de tinta, algo vivo en las manos pequeñas y velludas que a veces se detenían para alcanzarle a la boca un poco de café u otro cigarrillo que se encendía también casi solo entre el revuelo de papeles que caían y tenían que volver a ser llevados al regazo, una y otra vez, colocados de nuevo por esas manos expertas “Hora de la muerte 22:30 aproximadamente, en la U.C.I móvil...a quinientos metros de la entrada del hospital...perdida de sangre masiva” Dios mío, solo a quinientos metros, pobrecilla “El artefacto a falta de un estudio preliminar es un ingenioso mecanismo casero realizado sobre la base de un tampón común. El detonante parece haber sido construido sobre un circuito con un capacitor de pequeño tamaño y un aislante soluble que al contacto con el flujo cerró el circuito y permitió la ignición de una mínima carga de algún explosivo plástico. Gran parte del tampón...” El hombre aún sentado paró un momento la lectura y con los dedos índice y gordo se frotaba los ojos, rebuscó en la cartera unas gafas que se colocó muy despacio embobado por el simple acto de hacer algo que no fuese leer Claro que sé cómo me gustan las mujeres y por supuesto que me gustan. Haber...pensándolo bien...me agradaría un mujer pequeña que solo vistiese vestidos estampados, que bebiera gin-tonics por la tarde y que de noche solo probase los refrescos. Me agradaría que no fuera muy delgada ya que los vestidos les quedan mejor a las chicas con curvas. Me encantaría que hablase poco, que disfrutase del silencio y que tuviera unos ojos fríos y claros; que comiese poco y que gustase dormir mucho para poderla ver todo el tiempo que quisiera dormida. Me parecería bien que fumase pero que no mucho y que consumiera cigarrillos caros, quizás sin boquilla o muy alargados, con unas manos bonitas, la piel tendría que ser tibia, ni muy morena ni blanca pero siempre muy cuidada y por supuesto que no llevase muchas joyas; puede que pendientes y quizás un pequeño anillo. Mejor si es de plata, muy fino, quizás intrincado pero pequeño. No me importa si el pelo es largo o corto y tampoco me importa que conduzca bien o si fuese gruñona al despertar. Estaría bien si tuviese jaquecas de vez en cuando y se viese obligada quedarse quieta en la oscuridad, dentro de casa, sentada o tumbada, fumando muy despacio...comiera poco, casi todo verdura y fruta y que se mordiera de vez en cuando las uñas y gritara a su madre por teléfono y luego llorase un poco para acabar arreglándolo, también entre lágrimas, a los cinco minutos. Creo que lo que más me gustaría es que viese películas de John Wayne los domingos por la tarde y que solo leyese novelas de John Le Carré antes de dormir. Eso estaría muy bien. “Gran parte del tampón estaba recubierto, excepto el extremo ovalado, de una pátina plástica o cerosa lo que provocó junto con las paredes vaginales que la explosión se concentrase hacia delante quedando dañada la cavidad uterina en mayor grado...perfil sicológico...Martín Delgado...estado civil soltero, treinta y un años, nacido en Madrid el tres de marzo de mil novecientos setenta y seis. Profesión, por supuesto, químico; actualmente empleado en una fábrica de jabones...” Este tío lo que es es un hijo de puta, sabía perfectamente que le íbamos a cazar pero le daba igual, ni siquiera se la cargó en un arrebato, lo único que quería era destrozarla, provocar el mayor daño posible. Un bastardo.

El inspector apoyó la cabeza en la oreja izquierda del sillón y apagó, estirando y contorsionando la mano, la luz de la lámpara de estudio que iluminaba la habitación desde la mesilla auxiliar. Desde la calle se oía a un grupo de hombres cantar algo indistinguible en la distancia, la luz se abría paso muy poco a poco, todo seguía demasiado azul todavía, y el inspector pensó que debía ser sábado y se fijó en la canción, muy quieto y concentrado, como si fuese una prueba para sus sentidos impuesta por él mismo hasta que levemente percibió, como un rayo: ¡La cabra, la cabra, la puta de la cabra! Y con la última palabra volvió el silencio. Puede que sea mejor irse a dormir pero no se movió un milímetro y quedó dormido transcurrida una hora con el pelo aprisionado entre su cabeza y el cabecero del sillón con el portafolios sobre los muslos. Años después aún recordaba haber soñado profundamente pero se despertó sin una idea clara sobre el qué. Imágenes de una playa que nunca conoció y de que en ningún lugar del mundo vendían preservativos ni condones. Al bastardo le condenaron a quince años de prisión pero salió mucho, muchísimo antes.

sábado, 1 de septiembre de 2007

I can't swim

I can swim, I can't swim, I can swim, I can't swim

I can swim, I can't swim, I can swim, I can't swim

Well here's a notion, a single idea

The Jesus Lizard – Sea Sick



No puedo nadar;

es una idea sencilla

la de no poder nadar.

Ni en tu cuerpo ni en el mar

y por supuesto tampoco en un río.


No sé nadar en el mar

porque tengo vértigo a la sal

y en los ríos el nivel de glucemia

se me dispara con proyectiles multicolores

olorosos,

perfumados con pólvora china

de abundantes colores.


No sé navegar en tu cuerpo

porque nunca aprendí a hacerlo,

las calvas y los promontorios,

las olas de carne y grasa

batiendo contra el viento de tu sexo,

el pelo arremolinado

contra mis muñecas

no me permiten ni una sola brazada.


No sé nadar

es una idea sencilla digna

del mejor filósofo.

No saber nadar me convierte en algo

casi seco;

en cierta forma más real.


No sé nadar en tu cuerpo

ni entender las mareas ni los peligros.

Puede que haga un curso

y me tenga que pegar con todos los niños

en el nivel de iniciación a braza.

Luego vendrán las notas

y puede que saque la peor puntación

de todas

pero de esta forma

conseguiré que te fijes en el peor nadador

de tu cuerpo.