martes, 26 de junio de 2007

Réquiem (En latín, perdón)

Quince años tiene mi amor dice la letra pero yo digo dieciséis años tiene mi amor y eso no es lo mismo. Ni siquiera es lo mismo una canción que la dura realidad. La habitual realidad. Dies irae, dies ille...Ella es tan guapa que las montañas se secan y los ríos devuelven sus corrientes a la cuna montañosa de donde manan sus torrentes. Tiene los ojos castaños pero tan claros que vibran con solo ser rozados por la luz. Dieciséis años tiene la persona que deseo; me despierto y escucho a Mozart y a Bach, la misa de réquiem y los conciertos de Brandenburgo. Sus ojos son tan bellos como el sol cayendo contra el mar ardiente; los valles y montañas que conforman su cuerpo parecen sorprendentemente jóvenes, como si no existiese la erosión para esa materia de la que está conformada. Yo tengo veintiséis años y leo ante el sol, debajo del sol, mientras pienso en que la besé por primera vez dentro del agua de una piscina, los labios húmedos, también pienso en releerme a Navokov y su Lolita. L-O-L-I-T-A. Perfecto sonido para el paladar. Tengo veintiséis años y me he quedado sin trabajo, estoy en un paro claro y cristalino, tengo la espalda quemada y puede que lo que haya hecho sea lo peor que pueda hacer un hombre; también puede que sea lo mejor. Navokov y Mozart...Pienso y re-escucho el Dies Irae (El día de la ira) y en el Kyrie Eleison, Christe Eleison, Kyrie Eleison encuentro un poco de paz ¿Qué se puede hacer si ella es tan bonita? Solo esperar el día del juicio y confiar que alguien te perdone. Confiar en el griego, confiar en sus ojos y en mi miedo a no volver a besarla. Confiar en definitiva en todas las cosas que siento y percibo; olvidarme del posible dolor de considerar la realidad una mentira. Así que confío en Lolita y en los dieciséis años y en J.S Bach y en la misa y en todos los santos padres de la iglesia. Aunque no crea en Dios sí creo en que el vino es la sangre del mundo y creo en su cuerpo salvajemente pequeño desintegrado en mis brazos por la acción de las leves olas de la piscina. Por todos los muertos (los que me caen bien), por: Faulkner, Conrad, Mozart, Sallieri, Huxley, Bach, El Greco, el cuerpo de usares napoleónico, Santa Teresa, Cortés, Moctezuma el viejo, Atila, el gran Khan, el sol y la muerte. Por las cosas que tienen sentido porque sin creer en ellas no tiene sentido nada. Réquiem por todos nosotros. Kyrie Eleison, Christe Eleison, Kyrie Eleison.

jueves, 21 de junio de 2007

Obertura Japonesa

Hida se dijo a sí mismo en correcto japonés pechos como óvalos perfectos, aljibes de plata y ojales por pezones delante de un libro titulado “Breve Historia del Lenguaje” en la sección de librería de los grandes almacenes hasta donde había rastreado el aroma fascinante de una falda y una blusa encajadas sobre tacones. La dueña de esas palabras que se le habían esparcido por la corteza cerebral se alejaba oscilante por un largo pasillo infectado de luz anaranjada y a la vez de concupiscencia haciendo crecer la impotencia en Hida. Impotencia y rabia por saber que esas caderas bien formadas no se acoplarían jamás con las suyas, que esos pechos no vibrarían tampoco sobre su cabeza y que de la boca de la mujer que se alejaba nunca oiría su nombre pronunciado entre gemidos. Rabia e impotencia porque él había sido un joven salvaje japonés, que había visto conciertos de Les Rallizes Denudes, robado en tiendas y estrellado motos delante de la policía de a pié. Así que si Hida recordaba que ese yo ya no era él se podía inferir que este de ahora era él lo cual, tontamente, le hacía pensar que el libro de teoría del lenguaje y la bella dama en retirada se estaban riendo de él. Con un impulso rápido agarró el libro entre las manos y sin más precaución salió disparado por el pasillo cubierto de luz enfermiza hacia la puerta, más allá del culo cimbreante enroscado en seda y polipiel, convencido en robar el libro costase lo que costase. Una vez adelantada la mujer, sin mirar hacia atrás para no perder su orgullo, encaró la puerta de salida protegida por el tipo con el pelo a cepillo, enjuto y envuelto en barba de tres días. Como es lógico, quizás para nosotros pero no en ese momento para Hida, la alarma del libro sonó al pasar por la puerta pero este siguió adelante y el guardián protector se fue también con él pero aun más rápido - porque sí corría - y no hacía lo que Hida que, en resumen, era andar solamente. Hida se quedó paralizado delante del guardia que le asía la camisa; mientras la mujer clavaba, con la falda oscura, los gemelos y muslos color perla pasando muy despacio por toda su linea de visión, sus ojos protegidos por gafas de sol casi con certeza en su mirada atenta. Así que a Hida no le importó el guardián ni tan siquiera cuando le zarandeó y al final golpeó en la boca del estómago con el puño cerrado para recuperar el libro que no se soltaba. Ni siquiera en ese momento ya que lo único que le interesaba fue un sentimiento resplandeciente de felicidad y juventud. Volvía a oír los conciertos de su juventud, olía de nuevo la gasolina y el cuero. La mujer pasó y Hida boqueaba. La cabeza a la altura de las caderas y cuanto más gritaba algo ininteligible el seguridad más sabía él que mañana volvería al mismo centro comercial a robar. Pensó en una Play Station 3, en un deuvedé y cuando ya el guardia se daba la vuelta hacia su puesto en la puerta tomándole seguramente por un retrasado, en pechos perfectos como óvalos, pezones de plata y rosa, caderas como tormentas tropicales de espuma en un océano pacífico, sobre todo blancas hasta lamer la arena de la playa donde todo explota en esperma.

lunes, 18 de junio de 2007

Auxiliar de Clínica

Aquella mujer era el final de la vida tal como se entiende o quizás lo era su chico que trabajaba de auxiliar de clínica pero había estudiado únicamente la trayectoria de las cosas al caer. Uno de los dos serían el Apocalipsis lo quisieran o no; como la peste negra o el incendio de Roma. Igual que si Nerón se fuese de pedo con sus amigos y sus cuerpos se curvasen ante la presencia del alcohol o como si Bizancio volviese a derrumbarse, las plagas de Egipto sobre nuestras yagas, Magic Johnson recarcomido por el síndrome de inmunodeficiencia adquirida...los aleros del mundo abrasados contra la ceniza expulsada del Vesubio. Pero el día que ella le dijo que lo hicieran fuera de la cama, una manta extendida en la ancha chopera, con las estrellas girando alrededor de Orión a mil revoluciones por minuto, toda esta destrucción dejó de tener importancia en cuanto el pecho suave y grave de la chica se derritió en la boca de él, como por arte de magia, como un milagro o una nueva religión para los hombres. Tu cuerpo y tus caderas, brazos, pelo serán la alianza nueva, sagrada y eterna; tu semen y flujo y saliva serán mi sangre con la que beberemos el verdadero pacto. La nueva vida. El nuevo reinado del horror y de la belleza...tan íntimamente relacionadas...por los siglos de los siglos.

martes, 12 de junio de 2007

So Tired

So I went to the doctor, see what he could give me

He said, "Son, son you've gone too far,

'Cos smokin' an trippin' is all that you do."

(Black Sabbath)


El médico enfundado en un sobretodo de paño gris se acercó y afirmó definitivamente que no había sido un suicidio pronunciando, con una ligereza que solo se obtiene tras treinta y tres años de profesión, exactamente las siguientes palabras “No ha sido un suicidio”. El gordo cabrón y mal vestido, con manos sudorosas, se acercó hasta el cadáver renqueando, atolondrado, por toda la escena del crimen golpeándose por el camino con un buró de manzano y arrastrando bajo sus pies la alfombra imitación persa comprada seguramente en Tánger “Y si no, ¿Qué coño ha sido? ¿Me lo quieres decir Johnny? ¿Qué cojones ha sido?” El médico protegido por su aura de sobretodo y de pipa fabricada en espuma de mar turca, sin gafas pues no las necesitaba aunque sí con montura without cristals, descubrió el cadáver de la sábana color borgoña y entonó en perfecto castellano: “El tipo tiene secciones transversales en todo el antebrazo y la muñeca perpetradas por lascas de caramelo extraídas de una piruleta marca fiesta y nadie, repito nadie, podría conseguir soportar el dolor de cortarse las venas con caramelo sabor fresa y chicle dentro”. El gordo cabrón haraganeó y babeó, dio vueltas como una noria por la habitación mientras ingería líquido de su petaca de plástico y al final, desde el umbral de la puerta, mencionó: “Podías llamar a mi exmujer y a mi camarero habitual para decirles que es imposible que yo exista; así no tendría que pagar las copas a uno ni la manutención a la muy puta”. En el informe quedó reflejado que el tipo se suicidó por sobre dosis de dulce...pues no era plan para el médico convencer a una puta de absolutamente nada.

lunes, 4 de junio de 2007

Atesta3or

Sus últimas palabras nada más entrar en el lóbrego ambulatorio de pueblo olvidado fueron tengo una horrible sensación de incompletitud y el médico cubierto de sudor desde el entrecejo hasta la comisura de los bigotes no consiguió llegar hasta él antes de que se desplomase contra la mesa metálica de operaciones con un insecto octaedro de caparazón duro y negro, labrado como si fuera obsidiana, firmemente sujeto por ocho estrellas a la cara del muerto. El médico, un tipo escuálido que hasta ese momento había tratado de ingerir con dificultad una tortilla de patata espesa y rancia, consiguió no sin problemas extender el corpachón herido por la extensión acerada de la mesa y observar el cráneo ocupado por la mancha oscura, casi un abrazo de infinito irreconciliable, en un presagio de algo fúnebre. Trató de inyectar cualquier veneno en el ser octaédrico con la aguja normal pero nada más entrar en contacto con el caparazón se disolvió en un río de mercurio helado; lo intentó después con la aguja de metacrilato especial para gases neurotóxicos pero la punta se quebró al primer contacto con la chapa viva de aquel monstruo. La aguja de titanio cayó también herida en su orgullo de dureza. Por fin el insecto de las ocho patas mostró un signo de vida al quebrar su cabeza en un giro de ciento ochenta grados y con la miríada de ojos enfocada al doctor expulsó con su boca de tres secciones en el sentido de que toda verdad evidente, según el orden cartesiano, podría ser encontrada sólo por la inteligencia humana igual que una revelación de fe, hay que entender la verdadera religiosidad científica, que tanto daño ha generado en nuestra época actual. El médico comprendió que ya no había nada que hacer pues toda la inteligencia del alienígena había carcomido la esencia de aquel cuerpo que otrora había sido humano. Eliminó ambos seres con una dosis mortal de cianuro inyectada directamente en el pecho del cadáver humano mientras los ojos independientes del insecto manaban lágrimas del color del ámbar. Lo único que pudo encontrar, antes de que todo el pueblo con el ambulatorio y el propio médico fueran sepultados por el olvido y el polvo, fue una nota en el bolsillo gris marengo del cadáver perteneciente a un diario con fecha de ayer Tú ya no eres mi mujer, ni la persona a la que quiero, sino que eres la muerte y el olvido. He arrancado de mi memoria tu cara de tanto tiempo que ha pasado y ahora no puedo hacer más que sentir miedo ante la sola mención del nombre que antes usé para quererte y para amarte. Es como mirar un pozo insondable de vacío donde antes se hallaban tus ojos sedientos.