Un día te levantas con el sol brillando en lo alto y ya no queda nada más alrededor pero al día siguiente llueve y la hierba crece por doquier a una velocidad casi infinita. No lo pienses es sólo la evolución. Cuando el calor te rompe se levanta una marea de indecisión: jodiendo sin condón entre el sudor y la ausencia de sábanas – el contacto con el colchón se te queda atrapado en las caderas que se sonrojan e irritan - en un verano tan profundo como inerte y al día siguiente estás en un hospital con cara de simio. La gente se muere de repente o en agonías lentas y estúpidas. Las guitarras suenan como las cornetas de yaveh en aquella historia mítica ¿Después de aquello que hacemos? ¿Nos convertimos en estrellas? Putas esferas de gas en combustión. Hacemos y decimos también nos deshacemos y desdecimos. No es nada más que evolución. Un día está esa persona y al siguiente no, para que todo lo que crezca a tu lado, desde tu cintura al infinito, sean sólo palabras estúpidas. Las conocemos: No te preocupes, ya saldrá. Es cuestión de tiempo. Seréis amigos. Era ya muy mayor. Te veo muy bien. No se puede hacer nada. Lo siento. Espera y verás. Tienes que tener paciencia. Céntrate en ti. No te preocupes. Si necesitas algo llámame. Ya te llamo yo. No te preocupes. Busca tu propia felicidad. Comprendo como te sientes. A todos nos ha pasado lo mismo...¿Conocéis todas estas palabras? Si, seguro. Ya no tengo tiempo, el metal se me abre paso entre la piel, siguiendo las autopistas de las arterias carótida, femoral y todas las demás que no sé nombrar. No tengo paciencia porque el pelo se me queda en la almohada y tengo miedo de que algún día allí quede algún miembro postrado: un pie, una mano o el corazón. Olvidaros de vuestras estúpidas palabras sabias porque no me sirven a mí, no son de mi talla. Me encarceláis con amigo y con perdón y con múltiples cerraduras tan duras que van más allá de la escala metálica habitual. A nadie se le ocurre un ¿Follamos? o un ¡Corramos hasta el fin de la ciudad!
En la barriada que habita mi cabeza se abren brechas enormes, canales de agua y lodo, entre las palabras y los hechos. Hay cables eléctricos chisporroteando a un lado y otro de los canales, también por encima. Monos funámbulos ardiendo que no paran de espantar las moscas con risas. Todas las risas suenan como los saxofones y nadie sabe tocar el saxofón.
¿Qué estamos haciendo? No se nos ocurre nada mejor que todo esto; Imaginar los aviones más rápidos del mundo sobrevolándonos a kilómetros de altura y sus vejigas repletas de bombas, de toneladas de metal a punto de estallar y de hacer que todo el mundo entre en ebullición. La bombas no funcionan como en las películas, no por lo menos las atómicas, al principio no hay explosiones ni luces de color sino sólo un anchísimo límite en el que todo bulle. Imaginaros que la tierra en diez, quince o cincuenta kilómetros se evapora contigo y con tu coche y con la playstation del vecino de forma instantánea. Todo convertido en gas a una temperatura tan alta que es inimaginable. Es una perturbación de la densidad y la temperatura que produce a más distancia ondas de calor abrasador decreciendo exponencialmente, el aire se vuelve irrespirable y luego el ruido y la luz que se rompen en cien mil astillas. La radiación no importa si uno se ha vuelto gaseoso. Aire limpio y cálido como en un día de playa cuando llevas mucho tiempo tumbado y ya te has bañado varias veces y la mujer que yace en tu regazo aparta por un instante la vista del libro, te mira...sonríe plenamente. Bikinis y atmósferas opresivas alrededor de la celebración orgiástica del hombre disuelto en la arena y en el agua salada. Luego guardas las fotos que algún día se volverán color sepia y se rajarán...y si sólo las tienes en formato digital seguramente se pierdan con algún dvd que le dejas al vecino con la película de moda. En ese instante la playa desaparece y todas esas miradas se pierden en el recuerdo. Las palabras se pudrirán. Te quedarán sólo las atómicas con el aire cálido de futuras mujeres y playas.