jueves, 21 de junio de 2007

Obertura Japonesa

Hida se dijo a sí mismo en correcto japonés pechos como óvalos perfectos, aljibes de plata y ojales por pezones delante de un libro titulado “Breve Historia del Lenguaje” en la sección de librería de los grandes almacenes hasta donde había rastreado el aroma fascinante de una falda y una blusa encajadas sobre tacones. La dueña de esas palabras que se le habían esparcido por la corteza cerebral se alejaba oscilante por un largo pasillo infectado de luz anaranjada y a la vez de concupiscencia haciendo crecer la impotencia en Hida. Impotencia y rabia por saber que esas caderas bien formadas no se acoplarían jamás con las suyas, que esos pechos no vibrarían tampoco sobre su cabeza y que de la boca de la mujer que se alejaba nunca oiría su nombre pronunciado entre gemidos. Rabia e impotencia porque él había sido un joven salvaje japonés, que había visto conciertos de Les Rallizes Denudes, robado en tiendas y estrellado motos delante de la policía de a pié. Así que si Hida recordaba que ese yo ya no era él se podía inferir que este de ahora era él lo cual, tontamente, le hacía pensar que el libro de teoría del lenguaje y la bella dama en retirada se estaban riendo de él. Con un impulso rápido agarró el libro entre las manos y sin más precaución salió disparado por el pasillo cubierto de luz enfermiza hacia la puerta, más allá del culo cimbreante enroscado en seda y polipiel, convencido en robar el libro costase lo que costase. Una vez adelantada la mujer, sin mirar hacia atrás para no perder su orgullo, encaró la puerta de salida protegida por el tipo con el pelo a cepillo, enjuto y envuelto en barba de tres días. Como es lógico, quizás para nosotros pero no en ese momento para Hida, la alarma del libro sonó al pasar por la puerta pero este siguió adelante y el guardián protector se fue también con él pero aun más rápido - porque sí corría - y no hacía lo que Hida que, en resumen, era andar solamente. Hida se quedó paralizado delante del guardia que le asía la camisa; mientras la mujer clavaba, con la falda oscura, los gemelos y muslos color perla pasando muy despacio por toda su linea de visión, sus ojos protegidos por gafas de sol casi con certeza en su mirada atenta. Así que a Hida no le importó el guardián ni tan siquiera cuando le zarandeó y al final golpeó en la boca del estómago con el puño cerrado para recuperar el libro que no se soltaba. Ni siquiera en ese momento ya que lo único que le interesaba fue un sentimiento resplandeciente de felicidad y juventud. Volvía a oír los conciertos de su juventud, olía de nuevo la gasolina y el cuero. La mujer pasó y Hida boqueaba. La cabeza a la altura de las caderas y cuanto más gritaba algo ininteligible el seguridad más sabía él que mañana volvería al mismo centro comercial a robar. Pensó en una Play Station 3, en un deuvedé y cuando ya el guardia se daba la vuelta hacia su puesto en la puerta tomándole seguramente por un retrasado, en pechos perfectos como óvalos, pezones de plata y rosa, caderas como tormentas tropicales de espuma en un océano pacífico, sobre todo blancas hasta lamer la arena de la playa donde todo explota en esperma.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Extrañamente familiar y tétricamente deliciosa

saludos tio

Txe Peligro dijo...

jaja, cool. Muy otaku este relatito. Por cierto, ese Hida vaya pringao, esper que no fuera en El Corte.

Besitos, manirroto