Sus últimas palabras nada más entrar en el lóbrego ambulatorio de pueblo olvidado fueron tengo una horrible sensación de incompletitud y el médico cubierto de sudor desde el entrecejo hasta la comisura de los bigotes no consiguió llegar hasta él antes de que se desplomase contra la mesa metálica de operaciones con un insecto octaedro de caparazón duro y negro, labrado como si fuera obsidiana, firmemente sujeto por ocho estrellas a la cara del muerto. El médico, un tipo escuálido que hasta ese momento había tratado de ingerir con dificultad una tortilla de patata espesa y rancia, consiguió no sin problemas extender el corpachón herido por la extensión acerada de la mesa y observar el cráneo ocupado por la mancha oscura, casi un abrazo de infinito irreconciliable, en un presagio de algo fúnebre. Trató de inyectar cualquier veneno en el ser octaédrico con la aguja normal pero nada más entrar en contacto con el caparazón se disolvió en un río de mercurio helado; lo intentó después con la aguja de metacrilato especial para gases neurotóxicos pero la punta se quebró al primer contacto con la chapa viva de aquel monstruo. La aguja de titanio cayó también herida en su orgullo de dureza. Por fin el insecto de las ocho patas mostró un signo de vida al quebrar su cabeza en un giro de ciento ochenta grados y con la miríada de ojos enfocada al doctor expulsó con su boca de tres secciones en el sentido de que toda verdad evidente, según el orden cartesiano, podría ser encontrada sólo por la inteligencia humana igual que una revelación de fe, hay que entender la verdadera religiosidad científica, que tanto daño ha generado en nuestra época actual. El médico comprendió que ya no había nada que hacer pues toda la inteligencia del alienígena había carcomido la esencia de aquel cuerpo que otrora había sido humano. Eliminó ambos seres con una dosis mortal de cianuro inyectada directamente en el pecho del cadáver humano mientras los ojos independientes del insecto manaban lágrimas del color del ámbar. Lo único que pudo encontrar, antes de que todo el pueblo con el ambulatorio y el propio médico fueran sepultados por el olvido y el polvo, fue una nota en el bolsillo gris marengo del cadáver perteneciente a un diario con fecha de ayer Tú ya no eres mi mujer, ni la persona a la que quiero, sino que eres la muerte y el olvido. He arrancado de mi memoria tu cara de tanto tiempo que ha pasado y ahora no puedo hacer más que sentir miedo ante la sola mención del nombre que antes usé para quererte y para amarte. Es como mirar un pozo insondable de vacío donde antes se hallaban tus ojos sedientos.
lunes, 4 de junio de 2007
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3 comentarios:
la muerte es una mujer con faz de niña traviesa y corazón y alma de puta traicionera, pero en el fondo es sincera..
saludos
uf, esa densidad es propia de juan benet. respecto a tu poemín referente a los sucesos del otro día, además del silencio quedó un buen pedete.
saludos bastado
Voy a tener que hcerme un mai y volver a leerlo todo, vengo de unas vacaciones muy relajadas y creo que tengo la mente lenta, je!
PD: a ver que me cuentas que mi último mail fue casi un testamento, con foto y todo, oye!
BESOSALADOS!!
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