jueves, 26 de julio de 2007

La estrella de televisión descargó en el culo de la cenicienta negra (A song for die)

Toda la sala reía, no sonreían sino que se carcajeaban mientras la cara del presentador de televisión se descomponía y se irritaba, las aletas de la nariz vibrantes y el cuello hinchado y rojo, los mofletes desbocados y la boca totalmente paralizada en un rictus de ignorancia supina, de burro loco y cojo. Todo el mundo estaba allí, todo el que era alguien en la televisión, los productores y las presentadoras pechugonas, los cámaras y los de realización porque el juicio iba de sexo en televisión y nadie se quiere perder ningún tipo de sexo. Aunque sea de oídas. La sala ya había roto a reír en varias ocasiones, los mozos se levantaban y chillaban como monos y las mujeres se volvían histéricas con su papada creciendo y decreciendo ante la ausencia del maquillaje habitual con el que las percibimos mas esta había sido la definitiva, la risa consciente, la risa del ridículo y de ver al presentador de máxima audiencia con cara de animal, la risa que olía a victoria y envidia. Todo el caso surgió de la emisión, una noche cualquiera, de unas imágenes en el plató desierto donde se gravaba el noticiario nocturno en el que el presentador perfecto jugueteaba con el culo de la señora negra de la limpieza, esta con las faldas llegándole hasta el cogote, los carrillos fuertemente picados y los gruesos labios en continuas vibraciones y oleadas de placer, hasta que, después de unos dos minutos de continuo machaqueo, el tipo se descargó entero sobre la espalda ya desnuda de la mujer. El bochorno del hombre al saber que las imágenes habían sido grabadas y después emitidas o mejor dicho emitidas mientras se grababan no tuvo límite, igual que ilimitadas fueron las exclusivas de la mujer al separarse, igual que el despido fulgurante y la acusación por parte de la asociación de mujeres trabajadoras y la asociación de mujeres inmigrantes y hasta la asociación para la defensa de las libertades civiles. Cuando el revuelo pasó y el locutor de moda en crisis no tenía donde caerse muerto excepto en un mal programa del corazón decidió denunciar al regidor y al productor que le habían jugado la mala pasada de interrumpir la serie de ficción nacional de los jueves por la noche para emitir la escenita de sexo anal de marras la cual había marcado el máximo de audiencia anual de toda la televisión. Durante el juicio la defensa, protegida por el aluvión de estrellas televisivas que acudían como perros en defensa de sus dueños, adujo contratos de exclusividad firmados por el demandante y que el presentador sabía que allí había cámaras y que aquello era como follar en la playa y esperar que nadie te viese, se comentó que la emisión estaba permitida ya que eran más de las doce y que el productor que admitió estar en la sala de control cuando el realizador percibió que algo se cocía en plató y que al ver la toma de la cámara encendida decidió obrar en favor de la cadena con la emisión en abierto del berenjenal. El material emitido se reprodujo en el juicio a todo color y con un cañón proyectando contra la pared central sepia. Se pudo ver a la máxima resolución y a cámara lenta la cara de placer y éxtasis del presentador al escurrir las últimas gotas perladas del prepucio para desprenderlas contra la espalada de la trabajadora guineana disfrazada, por exigencias del guión, con el camisón azul de las empleadas de la limpieza. Durante todo el juicio se comprobó a través de las fotos de las revistas la descomposición progresiva pero a la vez irreversible en la dignidad del nuevo bufón real del mundo del espectáculo. La guinda final fue el veredicto del juez con el salomónico si lo que quieren es sexo y la televisión está corrompida, si con lo que comerciáis es con la imagen y lo más podrido del hombre, cuando las imágenes que emitáis sean las vuestras no acudáis a la justicia pidiendo favores. Y entonces declaró inocentes a los dos cabroncetes que mientras se tomaban un güisqui emitieron sexo en televisión, al presentador con la cenicienta negra y el batín azul a cuadros blancos y luego, creyéndose el orondo juez fuera de micrófono: la verdad que no sé por qué tanto revuelo, la tía si estaba como un queso, pero él la tiene del tamaño de un playmobil. Eso no es sexo en televisión ni nada. Sólo pulgas cachondas para el circo. Con eso la gente rió y se revolcó en el suelo, camerinos y lamé, silicona y gomina mezclada con corbatas de Prada en el suelo de tarima flotante de un juzgado cualquiera.

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