miércoles, 9 de mayo de 2007

Hoy jugamos todos

Tenemos un hombre trajeado y orondo, la cara alargada desde la papada hasta el extremo casi invisible de las orejas. Los ojos saltones y con abultadas oscuridades en el contorno. Llamémosle, como homenaje, Lucca Brassi.

Tenemos un revolver y un libro. El revolver podría llegar a ser pistola pero el libro sólo podrá ser libro (nada de revistas que nos conocemos...)

El sencillo

Cuando Lucca Brassi con su cara trastornada de violencia buscó el revolver en su bolsillo sólo encontró un libro cualquiera.

El doble

En el instante en que tenía que sacar el libro, Lucca Brassi, en vez del libro plantó en la ventanilla de devoluciones un revolver cargado. Todo el mundo en la sala de lectura clavó sus ojos en él con una persistencia molesta.

El kafkiano

Y al sacar el revolver del bolsillo, Lucca Brassi, se dio cuenta de que ya no tenía un arma sino una edición ilustrada de la metamorfosis, lo sacudió como si de un insecto que ascendiera por su brazo se tratase, lo lanzó al otro extremo de la habitación y se froto los ojos para comprobar si podía despertar de aquella pesadilla; mas por mucho que lo intentó el revolver seguía siendo libro tirado en el extremo de la salita y las tapas se convirtieron en una ofensa continua a su propia existencia.

El familiar

Cuando el bueno de Lucca, que tenía cinco hijos, fue a cumplir el encarguito que le había endilgado el jefe se encontró de frente con el por qué nunca debía dejar a su mujer que le planchase los pantalones. Había confundido los de paseo con los de diario y en vez del arma lo que encontró fue un libro sobre la guerra de secesión que le fue de muy poca utilidad en aquel caso.

El jocoso

Y como aquel tipo tan enorme no encontraba pistola por ningún lado se lió con el canto de un libro a golpear en la cara al bueno de Lucca. Uno pensaría que aquello tampoco era tan grave pero hay que ver como se las gastaba aquella enciclopedia británica.

El lírico

Cuan jovial se sintió el desdichado Lucca al percatarse que en fuerza, un libro cualquiera, no tiene parangón de ningún tipo, que es el rey de la creación humana, y que ni la más florida arma metálica puede ensombrecer su grandeza.

El existencialista

Los ojos de Lucca se apagaron en una lágrima oscura y no era el boquete provocado por la bala eyaculada desde el cañón de la pistola lo que le mataba sino la fuerte sensación de que todo lo aprendido en aquel libro, todos los esfuerzos puestos en él, no habrían hecho nada para asegurarle que podía alcanzar algo más allá de todo.

El meta literario

El vacío irremediable que sintió Lucca al saber que él era un personaje y que a un gesto del escritor se podía trastocar su pistola en un libro o en cualquier otra cosa hizo que no pudiese actuar en el último momento. Sus músculos no respondían y en cierta forma ya estaba muerto desde el mismo momento en que supo que sus actos estaban controlados por otro hombre.

El duro

Lucca sólo confiaba en tres cosas: El libro sagrado, un revolver reluciente y sus agallas. No tenía nada más y al fin y al cabo hizo bien pues en el momento más delicado de su vida se salvó gracias a que la biblia paró esa bala obligada a lanzarse contra su pecho izquierdo.

El pornográfico

Lucca, el pecho desnudo y limpio, elevó las caderas y con su pistola erguida se hundió en la fragante esencia del libro abierto que formaban aquellas caderas, muslos y pelvis que se le insinuaban desde hacía horas.

El animista

El revolver soñaba, en las cálidas noches en las que las nubes encapotan el cielo y la cargan de humedad eléctrica, con otro tipo de vida, quizá con pasar esos momentos en la costa, en compañía de un libro, jugueteando y retozando sobre las manos de Lucca, pero siempre, a la mañana siguiente, se tenía que conformar con ser un matón de medio pelo otro día más.

El preciosista

El revolver apareció por detrás de todo, de aquellas sombras que cubrían el cuarto, y el libro no pudo hacer otra cosa que desprenderse suavemente hasta el suelo con el lomo herido y abierto. Lucca lloraba lágrimas de plata porque sabía que no había nada más doloroso, para alguien que va a morir, que el saber con antelación el hecho del disparo.

El mitológico

Y los libros eran gaviotas erguidas en el cielo, flotando y siendo perseguidas por el pecho orgulloso de Lucca y los feroces perros metálicos amarrados a su hombro con el arnés de la pistola; nunca terminaba la cacería porque estos movimientos eran perpetuos y seguían al sol en su eterno recorrido, por encima y debajo de nuestro mundo. Desde la tierra de los dioses al inframundo siendo de esta forma como se crearon las estrellas - las motas de metal que el gran cazador disparaba en busca del conocimiento.